lunes, 3 de diciembre de 2012

EL MEJOR ARTE DEL ESPACIO PÚBLICO


Un equipo de arquitectos y artistas de todo el país eligió, a pedido de Ñ, las obras imprescindibles a cielo abierto de la Argentina, con una variable común a todas: el acceso libre y gratuito. Canto al Trabajo (Buenos Aires) y Al Ejército de los Andes (Mendoza), a la cabeza de las preferencias.
POR MERCEDES PEREZ BERGLIAFFA

 Fuente Las Nereidas. Lola Mora, Buenos Aires, 1903.
Al centro o al margen, pero siempre en la ciudad. Ahí es donde nacen las llamadas “obras de arte en espacio público”. Desde grafitis hasta monumentos históricos, desde edificios hasta murales, esculturas decorativas e intervenciones artísticas, existen muchas tipologías y tienen diferencias amplias. Aquí tuvimos una pequeña, reciente –y triste– época de oro para las intervenciones urbanas. Ocurrió desde el 2001 hasta alrededor del 2007. Entonces, las calles hervían. Y este tipo de obras, también. Desde entonces, la temperatura de las intervenciones todavía no descendió: tiene altas y bajas.
Actualmente, algunos más planificados que otros –no es lo mismo crear un monumento de 500 kilos que crear (intervenir) con aerosol una publicidad impresa sobre papel–, el arte ubicado en el espacio público tiene una característica común: el acceso libre y gratuito. Funciona, así, como recordatorio al paso. Como memorial –snack urbano, de rápido bocado pero lenta digestión–. Sin embargo, algunas obras llegan a cumplir una condición que otras no: algunas, con el tiempo y gracias al pueblo –y a la apropiación que éste hace de estas obras–, llegan a convertirse en patrimonio cultural.
Poniendo el acento en la importancia de este tipo de obras de arte tan especial, Ñ consultó a trece especialistas de todo el país, desde Misiones a Ushuaia, pidiéndoles que eligieran los trabajos que, a su parecer, son los más representativos a nivel nacional. Y las obras que seleccionaron  fueron, en su mayoría, monumentos, categoría a la que pertenecen las dos obras elegidas por los expertos como la más destacadas en territorio nacional: Canto al Trabajo, de Rogelio Yrurtia (Buenos Aires, 1907), y Monumento al Ejército de los Andes, de Juan Manuel Ferrari (Mendoza, 1914).
“Monumentos –dirá más tarde Marina Aguerre, historiadora del arte especializada en el tema– esas obras que se diferencian de las esculturas por su carácter conmemorativo y su fin predetermifuenado”. Por haber sido elegido por la mayoría de los especialistas, entonces, es que surgen las preguntas. Cuando alguien dice “monumento” inmediatamente aparece, en el imaginario general, la visión de un héroe a caballo realizado en bronce. Pero parecería que los monumentos contemporáneos ya no son así. ¿Qué diferencias existen?
“Durante mucho tiempo se auguró el fin, la muerte del monumento conmemorativo –contesta Aguerre–. Se decía que era un objeto que había  tenido su sentido en una determinada época, como en los siglos XIX o XX. Sin embargo, lo que se ve es que, como objetos simbólicos, los monumentos contemporáneos siguen teniendo el mismo carácter de conmemoración. Y hay otro fin que siguen manteniendo: el pedagógico.
Por otra parte, no hay que olvidar los recursos estéticos a los que se apelaron en los distintos momentos: la escultura conmemorativa de fines del siglo XIX y principios del siglo XX era absolutamente realista. Por lo tanto predetermimucho más decodificable que estas obras contemporáneas abstractas, hechas con materiales no necesariamente caros ni valorados en términos de su materialidad.

De los Españoles. A. Querol y otros, Buenos Aires, 1927
“Buenos Aires es una ciudad que tiene muchísimas obras de arte en el espacio público –comenta por su parte Silvia Fajre, arquitecta especializada en patrimonio y ex ministra de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires– algunas de una calidad excepcional. Y conviven con dos criterios: algunas fueron emplazadas desde un concepto de adorno o embellecimiento de un lugar, dentro de una ciudad mucho más  planificada, como pasa con el monumento De los Españoles, por ejemplo. Hay otras obras de arte que se instalaron posteriormente en el  espacio público, que pasaron a enriquecerlo, pero que no fueron pensadas de forma especial ni con tal fin, como por ejemplo las obras que están en la Avenida 9 de Julio. Estas vienen como adición al mensaje público existente, dado que la 9 de Julio nunca fue prevista como un  paseo de las esculturas”. ¿Quién decide qué obra va emplazada en determinado lugar? “Quien decide qué obra y dónde, es un proceso no muy claro –sigue Fajre–. Muchas veces es el resultado de circunstancias muy particulares, como la donación de una obra, o la voluntad política de  poner una obra en determinado lugar. Pero este proceso que, justamente, debería ser muy aceitado, no lo es. No existe un plan de localización de obras en el espacio público”.
¿Cómo distinguir lo que merece ser recordado de lo que no, dentro del espacio público? “Lo que merece ser recordado va mucho cargar de una  serie de contenidos, en función de que la gente lo elige como un ícono muy significativo. Y supongo que lo eligen no sólo por su valor estético, sino porque ocupa un lugar estratégico dentro de la ciudad, en el cual su mensaje cobra otra dimensión.”
“El Obelisco fue una consecuencia de la decisión del espacio público, no fue generador del espacio público –comenta por su parte el arquitecto Ramón Gutiérrez–. A los tres meses de construido, el Concejo Deliberante decidió demolerlo. Lo votó. Pero el presidente Justo determinó que, con menos de un año de vida, fuera monumento nacional. Y así se salvó el Obelisco. A nadie hoy se le ocurriría demolerlo. Pero eso demuestra cómo el problema de la apropiación patrimonial es un tema contextual, de época”.
Como resultado del proyecto planteado por Ñ, otro tipo de obra resultó elegida por los especialistas reiteradamente: los murales, una expresión importante en el arte de espacio público de nuestro país. Como el realizado por el artista Pablo Siquier en 2009, en el edificio Los Molinos de Puerto Madero, o el de Luis Seoane, de 1960, en la sala Casacuberta del Teatro General San Martín, “un mural que, más allá de sus extraordinarias dimensiones y tal como pasa con otros grandes murales de Buenos Aires, corre el riesgo de pasar desapercibido como un motivo más de decoración, por la disposición de los elementos de la arquitectura”, dice sobre él el artista Eduardo Stupía, uno de los consultados. El tercer mural que resultó elegido por los especialistas fue el del edificio de Correos de Ushuaia.
No sorprende que la pintura mural haya llamado la atención de varios de los consultados, en regiones tan diferentes, dado que la Argentina  existe una interesante tradición de pintores muralistas, como los del Taller de arte mural, formado por Antonio Berni, Juan C. Castagnino, Lino E. Spilimbergo y Demetrio Urruchúa –quienes, junto con Manuel Colmeira Guimaraes, pintaron, en 1946, los murales de las Galerías Pacífico–.
También son importantes los murales de la escuela-taller de Benito Quinquela Martín en La Boca (1936), los murales en mayólica que aparecen en las estaciones de subte de Buenos Aires, realizados muchos de ellos durante la década de 1930, reproduciendo obras de artistas ya  conocidos; los frescos de Castagnino, Policastro y Urruchúa en la galería San José del barrio de Flores (1956); los frescos de Battle Planas,  Leopoldo Presas, Leopoldo Torres Agüero, Getrudis Chale, Noemí Gerstein y Raúl Soldi de la galería Santa Fe, en Recoleta (1954-56); los más de 30 murales de la ciudad de Corrientes, realizados por el grupo Arte ahora (1980-1990).
Aunque, claro, de todos ellos, sólo los de Corrientes  se ubican en la calle. Y también los realizados recientemente por camadas de artistas jóvenes, con técnicas alternativas y de permanencia  efímera. ¿La coincidencia de unos y otros? Su voluntad de libre acceso y participación, una voluntad activa, dinámica. Generadora. Un estímulo al diálogo. Como lo es la misma calle, escenario y paraíso del arte público. 

Artículo publicado en la Revista Ñ, el 23 de noviembre de 2012

martes, 6 de noviembre de 2012

USINA DE LA MÚSICA (HOY, USINA DE LAS ARTES)





Fuente: es.wikipedia.org


La obra aloja el Auditorio de la ciudad de Buenos Aires en los 8.500 m2 cubiertos de la vieja usina de la Ítalo en la Boca, edificio emblemático de alto valor patrimonial. Su proyecto y las obras comprendidas entre 2001 y 2007 fueron realizados en la oficina de Infraestructura del Ministerio de Cultura del GCBA bajo la dirección del Dr. Arq. Álvaro Arrese, contando con el apoyo de calificados especialistas. En 2001 comenzó la rehabilitación del edificio anexo, asignado actualmente al Museo del Cine, y en 2007 las correspondientes a los dos auditorios, inaugurándose el mayor en 2012. La sala de música de cámara, sectores del hall de público, medios de ascenso mecánico y otras dependencias menores se encuentran en realización. Obtuvo el Primer Premio CICOP 21012 a la mejor intervención en un edificio de valor patrimonial mayor a 1.000 m2 y el Premio Bienal SCA CPAU.









lunes, 1 de octubre de 2012

TAMBIEN HACE FALTA PROTEGER LO INTANGIBLE






El zoco de Marraquech, que nos permite viajar en el tiempo, envueltos en perfumes de azahares y de especias, sentarnos en sus callecitas y ver pasar el bullicioso mundo mezclado en vocinglería indescriptible, es patrimonio de la humanidad. Este maravilloso mercado ocupa una gran superficie en el corazón de la ciudad, su gran valor reside en que se sigue comerciando como hace mil años, pero continúa absolutamente vital y constituye uno de los lugares de mayor contacto y articulación social. Ante eso, surge el interrogante: ¿si esta actividad desapareciera, el zoco tendría igual valor o significado? Está claro que este enorme conjunto de edificaciones es de gran valor por su antigüedad, pero su vaciamiento significaría su muerte.
Frente a esta convicción tan tajante, cabe preguntarnos si las ordenanzas de protección de los edificios -que no involucra el uso- y donde su contenido es un atributo de gran significación, como el caso de los cines Gaumont y Opera o el de los bares notables, alcanzará para blindarlo frente a las vicisitudes del desarrollo o desalentar usos que conspiren contra estos baluartes.
Si bien los instrumentos de protección para los bienes tangibles han avanzado en el país, en el caso del patrimonio intangible estamos muy lejos de lograrlo, en tanto no se comprenda que es más importante desarrollar políticas de estímulo que permitan sostenerlo y consolidarlo porque, por razones obvias, la obligatoriedad y/ o prohibición en este campo se rinde sin pelea.
Por lo tanto, las ordenanzas de protección de los inmuebles que los albergan como último gesto desesperado de salvación son muy importantes, pero si no van acompañadas de acciones dirigidas a su contenido, es decir su uso, esta protección será parcial y de enorme fragilidad. Cuanto más importante sea su contenido y menor su valor arquitectónico, menos eficaz será la protección edilicia, porque desapareciendo su uso, su valor quedará irremediablemente menguado.
La clasificación de patrimonio tangible/intangible es solo una clasificación taxonómica que sirve para la comprensión de su naturaleza y no para su gestión, porque cuanto más tenga de ambos aspectos más interesante y rico será. 
Su protección es sumamente compleja, pero si nos adentramos en el patrimonio intangible los retos se incrementan, porque su naturaleza se nutre de elementos más simbólicos e implica consolidación en el imaginario social, lo que plantea una paradoja que es conservar y sostener prácticas sociales tradicionales en procesos culturales de gran labilidad como los que atravesamos. 
El cine teatro Opera y el cine Gaumont son parecidos pero distintos ¿en que se parecen? Ambos representan equipamientos culturales de gran significación en el escenario cultural de Buenos Aires y ostentan un status de protección estructural, pero las diferencias no tardan en hacerse notar. 
El cine teatro Opera (1936) representa un exponente arquitectónico de indiscutible belleza de estilo “art decó”, inserto en la Avenida Corrientes, que con su oferta de cines, teatros, librerías así como bares y restaurantes, fue una arteria emblemática durante varias décadas, donde palpitaba la cultura, por la que circularon varias generaciones para su disfrute y que hoy, después de un largo letargo, comenzó a desperezarse.
El cine Gaumont (1946) bautizado en honor a León Gaumont, uno de los pioneros del cine, de diseño más austero, se destaca por estilo racionalista y por sus características técnicas. Allí tiene su sede el Cine Club Núcleo, que tras 59 años de actividad ininterrumpida, convoca a numerosos cinéfilos. Desde el 2003, funciona el Espacio INCAA Km 0, nombre que responde a su ubicación y es la cabeza del circuito alternativo de una red de salas destinadas a la proyección y difusión del cine nacional. Este cine está ubicado en el entorno de la Plaza de los Dos Congresos, uno de los remates del eje cívico de Buenos Aires – conformado por Avenida de Mayo, entre esta Plaza y Plaza de Mayo.
¿Que implica esta protección en cada caso? La protección del primero es una ordenanza aplicada a un edificio singular aislado, el segundo forma parte del área de protección histórica nº 1 (APH), el primer distrito de las áreas de protección aprobada en 1993. Es decir, mientras que el Opera conforma un conjunto de usos del mismo tipo, sin protección del entorno, el caso del Gaumont es inverso, ya que su protección es parte de un área protegida pero está aislado como equipamiento cultural. Por ello, los desafíos que deberán enfrentar, si bien tienen rasgos comunes, sus riesgos son distintos: en el caso del Opera, su actividad forma parte de un área con fuerte vocación para este destino, por lo tanto su uso está en menor riesgo, pero puede ocurrir que todo el entorno se altere físicamente perdiendo relevancia o cambiando la percepción del mismo. En el caso del Gaumont, su entorno edilicio está protegido pero su actividad está aislada y por lo tanto está más amenazada, aunque paradójicamente su uso está valorizado tal como lo refleja el reconocimiento otorgado por el Museo de la Ciudad, como "Testimonio vivo de la memoria ciudadana". 
¿Qué pasa cuando los cambio de usos son inevitables? Es importante que encuentre un nuevo uso, que no solo lo ponga en valor sino que su nuevo destino acompañe su valor patrimonial como el caso del ex Cine Grand Splendid en el que hoy funciona la librería El Ateneo.
Si nos preguntamos cuál es la política de patrimonio efectiva, está claro que debemos dejar de pensar en la protección como hechos puntuales en el tiempo y en el espacio, para sostener un sistema de protección (promoción, concientización, estímulos, normas, etc.) que comprenda mejor el complejo mundo de patrimonio, porque este universo es un sistema de bienes con sus relaciones y es lo que le da fortaleza.

Arquitecta Silvia Fajre


(Publicado en Diario de Arquitectura, Clarín, mayo de 2012.)

(Fuente de las fotos: Izquierda:  showsargentinosbsas.com.ar; Derecha: buenosaires-reinadelplata.blogspot.com)