La casa de Tucumán, símbolo indiscutible de nuestra independencia,
era una residencia tipo, del siglo XVIII de esos lares, ubicada a una cuadra y
media de la plaza principal de San Miguel, con su área social, residencial y
productiva como correspondía a su época.
Su reconocimiento pasó por distintas etapas, desde el abandono
hasta su reconstrucción lisa y llana.
Después de varios usos diferentes al original y con serios signos
de deterioro, en 1904 fue demolida completamente, salvo el Salón de la Jura de
la Independencia. Recién fue incorporada a los monumentos históricos nacionales
en el año 1941, poco después de conformada la Comisión Nacional de
Museos y Lugares Históricos. Un año después, se debatió su reconstrucción que
concluyó en 1943. Los trabajos estuvieron a cargo del arquitecto Mario J.
Buschiazzo.
Pero estas intervenciones no iban a salvaguardarla en todo su
significado y valor. En 1977, durante la gobernación del general Antonio
Domingo Bussi, su valor como símbolo patriótico mutiló su valor representativo
de un tejido edilicio histórico y, en una visión militar y autoritaria, decidió
expropiar (prácticamente a punta de pistola) los edificios laterales para
demolerlos. El proyecto del militar, luego condenado por crímenes de lesa
humanidad, era mucho más ambicioso: se proponía la expropiación de la
manzana frentista para la construcción de una Plaza de Armas. Afortunadamente,
el proyecto no se concretó, pero la inserción histórica de la Casa Histórica no
pudo leerse más y su silueta queda como aparecida de la nada, como una maqueta
en soledad.
Aun con el atraso en las políticas de protección de ese momento,
ya se reconocía la importancia de su inserción urbana, de su valor testimonial
de una época, que reflejaba los patrones urbanos y la vida cotidiana de sus
habitantes. Épocas oscuras y difíciles para oponerse a un proyecto que ignoraba
el debate, la opinión de los urbanistas e historiadores ni reflejaba el
consenso de la comunidad.
Quizás los avatares de este inmueble, refleje como ninguno nuestra
historia de amores, reconocimientos, olvidos y heridas.
La recuperación de la Casa de la Independencia en el marco del
bicentenario, realizada con los cuidados que se merece, nos esperanza, con un
horizonte donde el patrimonio que es de todos, convoque distintos sectores con
su saber, en pos de un objetivo común.
Celebro cada edificio que se recupera y se pone al servicio de su
población, cada esfuerzo que gobierno, universidades, profesionales y sociedad
realizan para cuidar lo que nos identifica o representa, pero seguimos con
atraso. Debemos fortalecer el compromiso para que nuestro acervo no solo se
cuide, sino se acreciente.
Hoy el concepto de patrimonio ha evolucionado, se ha
ampliado y enriquecido, así como se modificaron los criterios de protección y
de intervención, lo que impediría, espero, las destrucciones en
nombre del patrimonio en una visión pobre y poco respetuosa de sus valores como
de su comunidad que la prohijó.